Las convulsiones son movimientos anormales involuntarios que ocurren por desórdenes en la actividad eléctrica del cerebro.
Nuestro cerebro funciona en una armonía electroquímica perfecta que es igual a una sinfonía musical, como tal mantiene ritmos, armonías y melodías. Los ritmos del cerebro se han clasificado en cuatro: alfa, beta, theta y delta, cada uno de ellos se manifiesta en un momento de la vida, en una zona específica del cerebro y en una actividad cerebral especial. Estas características nos permiten identificar, diagnosticar y monitorear al cerebro.
Cuando esta sinfonía perfecta del cerebro se altera, se produce un ruido eléctrico, las ondas y los ritmos se desorganizan y el cerebro pierde el control de sus funciones a manera de un “cortocircuito”, fruto de ello se producirán los “ataques convulsivos”, trastornos en la concentración, el sueño, el rendimiento intelectual, alucinaciones visuales, sensitivas, auditivas y olfativa, y en general, dependiendo de la función de la zona cerebral afectada un infinito de manifestaciones como infinito el número de funciones cerebrales.
Cualquier daño del sistema nervioso puede alterar el equilibrio electroquímico cerebral y producir convulsiones y/o epilepsia.
Sus manifestaciones dependen del área cerebral afectada, de esta manera, si se afecta el área motora que está en la mitad del cráneo a la altura del oído, podremos observar movimientos bruscos de brazos y piernas (convulsiones tónico – clónicas); si es a nivel del área visual (en la región occipital) se manifestarán alucinaciones visuales como colores fuertes, imágenes distorsionadas; a nivel del área olfativa (en la región temporal) se presentarán alucinaciones olfativas: generalmente olores fuertes, pungentes, desagradables acompañados con trastornos del gusto; si sucede en el área de la conducta (a nivel frontal) observaremos cambios bruscos de conducta, fácilmente van de la depresión a la euforia y de ella a la manía, pero pasa la crisis y vuelven a la normalidad.
La manera más típica de manifestarse son “los ataques”. El paciente tiene un aura preliminar en muchos pero no en todos los casos que el paciente refiere como “siento que me va a dar la convulsión”, luego el paciente cae al suelo bruscamente y se pone tónico “se queda como estirado, rígido como palo”, en algunas ocasiones elimina saliva y los ojos tienen una mirada forzada hacia arriba “votaba saliva y los ojos estaban blancos”, posteriormente realiza movimientos bruscos de flexión y extensión de las cuatro extremidades (convulsiones tónico clónicas) seguidas de relajación de esfínteres vesical y anal, finalmente cesan estos movimientos y el paciente queda confuso, adormitado, agotado y con dolor de todo el cuerpo (por el trabajo muscular intenso durante la convulsión), a este período se lo denomina postictal y tiene una duración variable.
Existen muchos otros tipos de convulsiones como las ya descritas, sin embargo mencionaremos que algunas veces pueden manifestarse simulando lesión de otro órgano como las convulsiones neurovegetativas que se pueden manifestar como un “simple” dolor de abdomen (frecuentemente una manifestación de crisis en preadolescencia y adolescencia).
Su diagnóstico requiere de tres parámetros: 1) el diagnóstico clínico, 2) el diagnóstico neurofisiológico, y 3) el diagnóstico de imagen.
El diagnóstico clínico se basa en la correcta interpretación de los síntomas y los signos que el paciente informa al médico y constituye el 80% del diagnóstico.
El diagnóstico neurofisiológico es la comprobación de los síntomas y los signos observados durante el diagnóstico clínico mediante exámenes como la electroencefalografía y el ‘maping’ cerebral que nos permiten observar si hay o no alteraciones en las ondas y ritmos cerebrales y cuál es su magnitud a través de gráficos y medidas matemáticas precisas que virtualmente nos permiten ver al cerebro en funcionamiento.
Finalmente están los estudios de imagen como la resonancia magnética y la tomografía que nos permiten obtener una imagen anatómica de las lesiones, sin embargo estas imágenes no son la última palabra y adquieren importancia solo al correlacionarlas con los hallazgos clínicos y electroencefalográficos (además de otras pruebas neurofisiológicas).
Aunque solo en el 30% de las epilepsias es posible demostrar un daño anatómico, es importante realizar los estudios de imagen pues allí identificaremos problemas como tumores cerebrales, parasitosis, lesiones vasculares, etc. En determinadas enfermedades como las encefalopatías metabólicas pueden estar indicadas otras pruebas de laboratorio clínico a través de exámenes de sangre.
En general, la epilepsia es una enfermedad tratable, no curable, sin embargo en algunos casos y con tratamiento anticonvulsivo ordenado y disciplinado puede curarse.
En el caso de que la epilepsia sea secundaria a otro problema cerebral como tumor cerebral, quistes aracnoideos, cisticercosis, infartos o hemorragias cerebrales, esclerosis, etc. podría curarse al resolver la patología primaria, sin embargo ésta no es una regla pues estas lesiones podrían haber dañado el tejido cerebral y creado un área epileptógena que seguirá produciendo crisis.
Su tratamiento es fundamentalmente farmacológico a través de medicamentos que regulan la actividad eléctrica de las neuronas y bloquean las descargas anormales, en este grupo están medicamentos como la carbamazepina (Tegretol ®), la Oxcarbazepina (Trileptal ®), el ácido valproico (Valcote ®), el levetiracetam (Keppra ®), la Fenitoina (Epamín ®), el topiramato (Topictal ®) , la Lamotrigina (Lafigin ®) y otros que deben usarse según normas y protocolos internacionales.
Cuando las convulsiones no pueden controlarse satisfactoriamente por los medios farmacológicos, en determinados casos podría estar indicada la cirugía de la epilepsia donde el cirujano va a resecar la zona donde está el foco epileptógeno que produce las convulsiones o a cortar las vías que relacionan a este foco con el resto del cerebro y hacen posible que se produzcan las convulsiones.
El no tratar la epilepsia puede generar lesiones progresivas de varias estructuras nerviosas vecinas y sistémicas que se manifestarán progresivamente con deterioro de las funciones mentales superiores como la memoria, la concentración, raciocinio y, a la larga, una demencia temprana.
En el caso de las convulsiones generalizadas conocidas popularmente como los “ataques” donde la persona pierde la consciencia y cae al piso indefensa, las consecuencias pueden ser fatales pues el traumatismo producido puede dar a lugar lesiones tan graves como la muerte, este concepto se aplica por similitud a las mujeres embarazadas con convulsiones donde el uso de medicación antiepiléptica no puede ser suspendido pues es mayor el riesgo de trauma del bebé que la posibilidad de que los antiepilépticos pudieran producir malformaciones fetales.
Por otra parte en el contexto de la cirugía de epilepsia además de los riesgos inherentes a toda cirugía cerebral está la posibilidad de dejar déficits neurológicos de diversa índole que deberán ser sopesados frente a los déficits y riesgos de la enfermedad epiléptica en sí para ese paciente. Técnicas actuales permiten minimizar esos riesgos incluyendo durante la cirugía monitoreo neurofisiológico transoperatorio con electrocorticografía incluida.
La cirugía de la epilepsia ha evolucionado en gran medida durante las últimas décadas con el conocimiento más exacto de las localizaciones de las funciones cerebrales y las vías que las interconectan, de tal manera que es posible hacer un corte preciso en el área donde existe el problema sin dañar otras, esto se potencia por el uso de diagnóstico preoperatorio con exámenes como la espectroscopía y tractografía por resonancia magnética nuclear (RMN) y mapeo cerebral electroencefalográfico tridimensional. Sin embargo sigue siendo una cirugía mutilante con resultados muy variables como variable y compleja es la epilepsia.
Las cirugías más comunes son la lobectomía de la punta del lóbulo temporal y la sección del cuerpo calloso en determinados segmentos.
Está en desarrollo la tecnología de la colocación de neuro estimuladores y electrodos intracerebrales que pueden inhibir las descargas epilépticas, el problema es que es una tecnología excesivamente costosa y aún no ha sido perfeccionada.
Todos los procedimientos de este tipo deben hacerse con monitoreo transoperatorio neurofisiológico con corticografía (ver monitoreo transoperatorio).
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