Son tumores de una de las membranas que recubre al cerebro y la médula que se originan a partir de las células inmaduras.
Existe un programa perfecto que rige cómo, cuándo y cuánto van a crecer las células ordenada y armónicamente para mantener un equilibrio entre ellas y las demás células del organismo, es el mismo programa que luego de la fecundación entrega en nueve meses a un ser humano.
El fallo del programa permite un crecimiento desordenado de células muchas veces inmaduras y alteradas que en conjunto constituyen lo que llamamos un tumor, en el caso de los Meningiomas las células así afectadas son las células meníngeas.
Al crecer desequilibradamente las células meníngeas e ir aumentando el volumen del tumor, éste ocupa el espacio destinado para otras partes del cerebro como las neuronas, las arterias y el líquido cefalorraquídeo. Estas estructuras se ven entonces aprisionadas “aplastadas” lo que se conoce como el fenómeno de hipertensión endocraneana donde el tumor aumenta el volumen dentro de una cavidad inexpandible como son el cráneo y la columna y al hacerlo comprime a las otras estructuras del cerebro o de la médula que terminan siendo destruidas por la presión y la falta de circulación sanguínea producida por la compresión de las arterias por el tumor.
Su principal manifestación es el síndrome de hipertensión endocraneana que explicamos en los párrafos anteriores, este se manifiesta con dolor de toda la cabeza, visión borrosa, confusión y en estados más graves el coma y vómitos bruscos sin náusea.
Las convulsiones se presentan muy frecuentemente (aprox. en más del 30%).
Las otras manifestaciones dependen del territorio cerebral o medular afectado:
Su diagnóstico requiere de tres parámetros: 1) el diagnóstico clínico, 2) el diagnóstico neurofisiológico, y 3) el diagnóstico de imagen.
El diagnóstico clínico se basa en la correcta interpretación de los síntomas y los signos que el paciente informa al médico y constituye el 80% del diagnóstico. Los síntomas y los signos son los ya mencionados en este capítulo bajo el título de “¿Cómo se manifiesta?”.
El diagnóstico neurofisiológico es la comprobación de los síntomas y los signos observados durante el diagnóstico clínico mediante exámenes como la electroencefalografía y el ‘maping’ cerebral (en el caso de que el tumor se manifieste con crisis convulsivas) que nos permiten observar si hay o no alteraciones en las ondas y ritmos cerebrales y cuál es su magnitud a través de gráficos y medidas matemáticas precisas que virtualmente nos permiten ver al cerebro en funcionamiento.
La electromiografía y los potenciales evocados nos permitirán conocer el estado del daño producido por el tumor en los nervios craneales y del resto del cuerpo así como en estructuras profundas de la médula y el tallo cerebral. Estos estudios nos permitirán construir las estrategias para preservar las funciones aún vigentes y propiciar la recuperación de las que se han perdido.
Finalmente están los estudios de imagen como la tomografía y la resonancia magnética simple y contrastada, nos permiten obtener una imagen anatómica de las lesiones, sin embargo estas imágenes no son la última palabra y adquieren importancia solo al correlacionarlas con los hallazgos clínicos y neurofisiológicos.
Dependiendo de la naturaleza misma de la lesión, su localización, su tamaño, el grado de inmadurez de las células del tumor y la oportunidad del diagnóstico y de la cirugía, algunas lesiones pueden curarse y otras no, en virtud a lo expuesto, debemos considerar cada caso en particular y afrontarlo de manera especial.
Su tratamiento es fundamentalmente quirúrgico y mientras más temprana la cirugía mayor la oportunidad, pues si conceptuamos que un tumor es un crecimiento desorganizado de células, el extirparlas antes de que se extiendan y abracen zonas más delicadas del cerebro y la médula es imperativo, urgente.
Medidas adicionales como el uso de corticoides para disminuir el edema cerebral, terapia del dolor, antiepilépticos y medidas de control de hipertensión intracraneana complementan las acciones para tratar a los tumores.
Hay que considerar en forma general los riesgos inherentes al tratamiento y al no tratamiento:
Entre los riesgos de no tratamiento tenemos:
La invalidez de causa neurológica según el área donde se ubica el tumor, la cual consistiría en una pérdida progresiva de la función hasta la total invalidez, por otra parte los tumores de cerebro y médula tienen riesgo vital pues cuando la presión intracraneana supera ciertos límites, se comprimen los centros de la respiración y del corazón y el paciente fallece.
Los riesgos inherentes directamente a la cirugía son:
Algunos Meningiomas profundos y en base de cráneo necesitan técnicas de microcirugía mínimamente invasiva guiada por neuroendoscopía como la descrita para los Schwanomas (ver técnica quirúrgica de Schwanomas), pero hay otros que están en la convexidad del cráneo (toda la parte circunferencial del cráneo arriba de una línea ecuatorial que cruce por los oídos), para ellos, se debe hacer una herida grande confeccionada al tamaño del Meningioma, abrir el hueso con un motor de alta velocidad y precisión, abrir la duramadre de la cual nace el tumor y resecarlo disecándole suavemente del tejido cerebral sano a la par que se hace un control de sangrado con materiales de alta tecnología.
Se coloca en lugar de la duramadre retirada un parche de duramadre sintética, se restituye el hueso (si este no ha sido invadido por el tumor) y se cierra la piel cuidadosamente.
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